Esta no es una pipa

My hand holds my late father's pipe. Or one of them.

Esta no es una pipa.

Es un rastro de vida; una memoria de infancia.

Mi padre la habrá adquirido, no sé, en alguno de sus viajes, imagino,

en las calles de La Haya, en De Passage,

o quizá sólo en alguna tienda de la esquina, en la Narvarte,

o habrá sido más bien en algún lugar del Centro Histórico,

aunque no sé de verdad cuántas veces en su vida haya pisado él el Centro Histórico,

mi padre,

que vivió sus últimos días hablándole en ruso a su cuidadora y a mi en inglés,

y que jugó boliche y tenis e hizo pesas y leyó de todo y fumaba pipas,

aunque no recuerde yo hablerlo visto nunca, pero es que

esta no es una pipa, sino el peso adicional que mi madre metió a mi equipaje,

todavía con el olor a ceniza histórica, y los rastros de su boca,

bagaje que de niño fue juguete, nave espacial y grúa de construcción de rascacielos,

y que hoy de sopetón se me agregó como carga hereditaria,

esta pieza de museo autobiográfico, con cicatrices de tiempo y manos infantiles.

Creo yo mi padre ya no fumaba pipas cuando mi hermano y yo nacimos,

pero ahí estaban, en el librero, testigos mudos y domésticos,

entre diplomas y enciclopedias y libros en todos los idiomas conocidos,

y esta de otras tres que también recuerdo (una más rugosa, como piedra de volcán)

es la que ha sobrevivido, y que ahora descansa en mi librero,

a cinco mil cuatro cientos cuarenta y cinco millas y más 

de medio siglo de distancia, aquí yace, frente a mí, este objeto que era suyo,

y nuestro, de todo el clan, ahora esparcido por el mundo, la edad y el tiempo,

y que siento extrañamente mía, aunque no lo sea, aunque no fume, pero me mira,

este objeto inanimado que me mira, me habla, y recuerdo la vez que me asusté había mojado un libro fino,

porque mostraba la orografía de los Alpes a todo color y pensé con terror de niño que el papel se había arruinado

con el agua que goteaba de mi cabello al salir del baño, creando un corrugado angustiosamente hiperrealista,

y que encerré entre las portadas de pasta dura, como un secreto, 

cuando jugábamos con los libros y las cosas del librero.

Recuerdo a mi padre cortarnos las uñas después del baño por la tarde, y yo fijarme en sus libreros:

no sólo libros, como he dicho, sino los objetos coleccionados por el tiempo, cosas útiles que dejaron de serlo,

recordatorios de quien fue esa persona que nunca terminaré de conocer.

Entre lo que ha quedado, esta pipa, que para siempre no es una pipa, sino algo más,

para cada quién algo distinto, un símbolo, una metáfora, un repositorio de memorias.

Al recuerdo hay que reactivarlo; no podemos sólo darlo por sentado.

Esta no es un pipa.