
Para Domenico Fiormonte, quien, como García Lorca, se me aparece en sueños
Pero Manuel Antonio,
siempre quise tener un amigo así,
que se llamase, que fuese
Manuel Antonio,
qué pensamientos tengo de ti
recordando en este insomnio
ese día de sol en el Albaicín
en que vi el reflejo de Allen
en el refrigerador de la cerveza
de esa tiendita de Chinos que les llaman
un poco de frescura en el bazaar
todavía lleno de olores a naranjas y monjas penitentes
todos estos años después, qué digo, siglos, Federico.
Pero Manuel Antonio,
¿por qué me vuelve tu nombre, ficticio,
esta madrugada del fin de los tiempos,
en que te imagino y te invento
para no pensar
en los enfermos
y los muertos
y patéticamente las hojas de cálculo
y la quincena?
¡Ay, mis recuerdos de la Alhambra!
¡Ay, mi corazón endurecido cuando fui a Granada!
La residencia de estudiantes era un tablao
y un cante jondísimo me fusiló el pecho.
¡Qué lejanas las gitanas amargadas que me leyeron el futuro!
¡Qué distantes las lozas del paseo de los tristes!
Ni tú ni yo estamos en disposición de encontrarnos,
Manuel Antonio, los jinetes del apocalipsis cabalgan enlutados.
El nombre de pila de mi amigo con quien recorrí el Albaicín
es el del día de descanso que fue ayer y hoy ya es hoy, día de la luna,
en que ruego que amanezca al no poder dormir con tanto eco.
¡Ay, las musas que nos acribillaron desde el cielo!
¡Ay, mi corazón endurecido cuando fui a Granada!
Se rompen las copas de la madrugada, Manuel Antonio,
todos estos años que se antojan infinitos y fugaces,
y me arrullo en el consuelo del recuerdo.
¡Ay, los lugares del mundo!
¡Ay, el luto que vestiremos!
Yo no toco la guitarra pero la escucho,
Manuel Antonio,
tampoco soy cantaor, pero
a la virgencita de la Merced un rezo
que nos permita dormir, Manuel Antonio,
ya que no hay luna,
que nos permita dormir.
¡Ay, los lugares del mundo!
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