Mínimas palabras

Hay algo qué decir del hecho que este año me regalé una bitácora sin anuncios. Tengo dieciocho años de escribir en estos éteres virtuales y fue este veinte diecisiete que saqué la tarjeta y agregué los números en la pantalla. No sé cuánto dure: será como cuando te inscribes al gimnasio y vas al principio porque estás pagando. Llevo meses sin ir, y el dinero sigue saliendo de mi cuenta, puntual. La masa muscular, y la panza, en crecimientos opuestos, puntuales también. Porque escribir es tambén un tipo de ejercicio; otros dirán que es un músculo. Se atrofia si no se usa. Como la lengua. Se nos olvida dónde se deben poner los acentos. Estoy leyendo Minima Moralia y me impresiona  que en algún momento haya sido posible escribir así. Me fascina, como diría mi madre; lo leo como quien babea frente a los peces del acuario. No hay nadie en la academia de hoy que pudiera justificar su existencia escribiendo como lo hizo Adorno. Pero then again aquellos fueron otros tiempos: ¿pero lo fueron? Sin relativizar sus horrores únicos, el 1945 de Adorno suena hoy tan estado de excepción como nuestros propios días trumpianos. Pero hemos totalmente sucumbido a la maquinaria administrativa. La democracia representativa de hoy es el sistema totalitario perfecto porque pocos parecen darse da cuenta de cómo el automatismo burocratizado ha triunfado del todo. Pero también está ahí el problema, esa arrogancia insoportable de pretender que sólo son pocos quienes entienden lo que pasa. La cosa no está en “darse cuenta” sino en poder hacer algo al respecto. El término “intelectual orgánico” no tiene sentido ya porque todo acto intelectual se ha asimilado del todo. Dedicarse a la enseñanza, al “conocimiento” (disculpen si me río) es dedicarse a la administración. Y así con la escritura. No encontramos la oportunidad para la escritura sin formatos preestablecidos. Incluso estas mínimas palabras, que nadie leerá (is there anybody out there?), que nadie comprará ni premiará, que nadie evaluará ni recompensará, está atrapada en el cliché y en todo lo que ya se ha hecho y hemos y no hemos leído. La falta de espacios entre párrafos es intencional. Ustedes disculpen (ay, el optimismo ingenuo del “ustedes”). Divago porque de eso se trata: aprovechar la calma muerta y semi-congelada de la madrugada, tomando ventaja del estado semi-alerta de la mente y la frígida temperatura de los dedos de la mano para teclear a la deriva.