Imagino ésta como la segunda página de este libro imaginario. Me llega una fotografía digital de un féretro que unos hombres cargan a través de los torniquetes de una estación de la línea azul de la Ciudad de México. “Taxqueña”, se lee arriba del ataúd. “No les alcanzó para la carroza”, me dice otro mensaje. No incluyo la foto por respeto. Me imagino la imagen de ese ataúd (¿iba lleno o vacío?) viajando por las venas subterráneas de la Gran Tenochtitlán. Un último viaje por el ultramundo. En fin, me imagino la fotografía del ser querido (ser querido) de alguien dándole la vuelta a los güatsaps de mexas alrededor del mundo. Y sin saber muerto de quién era. Hoy también tengo el mensaje de voz de un amigo cuya voz no escuchaba en unos 13 años. Su padre murió ayer y lo entierran hoy. En México no te esperan si tus seres queridos (¿quién habrá acuñado esa frase en el vocabulario mexicano? ¿Ser querido?) parten antes que tú. Si estás del otro lado del mundo, o en la playa en el mismo país, te los entierran o creman antes que puedas siguiera comprar un boleto para viajar. Es una cuestión de refrigeración, coincidimos. En México no hay cómo conservar tanto muerto. Al menos eso es algo que sí hacemos expeditamente en México. Mañana significa de verdad mañana si se trata de cremarte o enterrarte. No podemos con tanto difunto. Los muertos heredarán la tierra.
Última parada
Published by Ernesto Priego
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