Sábado

4 de octubre de 2013, 6:45 pm, South East London
4 de octubre de 2013, 6:45 pm, South East London

Me despierto con la sensación de haber soñado algo que no puedo recordar. Lo que me queda es la idea del viaje por el tiempo. ¿Qué pasaría si, en sueños, nuestro yo futuro nos visitara y nos advirtiera lo que nos sucederá? La visión es como la de ser visitado por nuestra propia muerte.

Tanta “literatura del no” lo pone a uno de malas. Ésto porque nos hace sentir que ya no queda nada más que hacer. La negación de la negación nos niega a nosotros hacer algo afirmativo, o si quiera parecido a esa negativa. Y es que todo se vuelve tendencia, género, grupúsculo, moda, etiqueta, estrategia.

¿Y si lo que se quiere hacer es escribir? ¿Es posible escribir hoy en día –sobre lo que se sueña, por ejemplo– sin tener un agente, una compañía multinacional a las espaldas, resiprándonos sobre el cuello, asegurándose que nuestro nombre y nuestros garabatos existan para alguien más que para nosotros y algunos queridos cercanos, los otros morbosos y enemigos?

El día es neutro en su grisez. Sin embargo para la época del año es cálido. Le cae a uno como una cobija de lana pesada y polvosa. El cuerpo (la nariz, el cuello, la frente) lo experimenta como presión. Discombobulation: estos días son días de buzo, bajo el agua turbia, los oídos tapados, la calefacción apagada, un frío cálido como el del trópico, de neblina combinada con claridad. Así ha sido este otoño.

Me pregunto si mi sueño tuvo que ver con el rojo en el cielo del crepúsculo de ayer. Duró unos cuantos minutos, después ya era todo negro. Hice la compra desorientado por la baja temperatura de los refrigeradores y la brillante luz artificial. Desde que cambiaron casi todos los cajeros humanos por las cajas automáticas, el supermercado ha dejado de vender cosas que me había acostumbrado a comprar. Las cosas saludables han sido reemplazadas por más y más displays de refrescos, comida de microondas, condimentos. Ponen las ales embotelladas en el refri, y las echan a perder. Entré al super bajo la luz roja-naranja del cielo y salgo ahora cubierto por la noche.

Londres le hace esto a uno. Las estaciones del año y sus cambios son estables a pesar de ser siempre impredecibles, dentro de parámetros estrictos. Hablar del clima no es sólo chit-chat, es la práctica del encuentro con el otro, la búsqueda del consuelo mutuo ante el constante recordatorio que el tiempo pasa y con él el fin de tanta cosa. Londres celebra la juventud con tanta ferocidad porque es una ciudad vieja aferrada a costumbres milenarias. Tiene que ver con la altitud, al alejarnos del verano las noches comienzan a caer gradualmente más y más temprano, hasta que en pleno invierno el regreso a casa sea a oscuras. El cuerpo lo siente y envejece, y desesperado busca el calor del alcohol ante el fuego de la chimenea (o calefacción, u otros cuerpos) en el pub.

Pero me adelanto. Hemos tenido suerte este otoño. Septiembre pasó casi desapercibido, como si nada, bloqueando la tristeza de dejar atrás un verano que fue inéditamente bello por soleado y cálido. Ni la lluvia se sintió. Sin embargo la tendencia a vestir de negro se vuelve a sentir en la plataforma del tren, en los pasillos del subterráneo. Las caras de los otros pasajeros y transeúntes tienen de nuevo el rictus de la cotidiana medianía.

Ayer leí La ciudad alucinada de Rafael Toriz. Es en una entrada de sábado que escribe:

“Hace tiempo que me siento un fantasma, liviano, sin señas ni domicilio.”

A mitad del libro tuve que salir a comprar una cerveza y unas cidras. Leer el libro me confirmó que no estoy solo en mi fantasmidad. Sentí que ya lo había leído: me había poseído desde antes. Estas entradas están desde siempre inspiradas por la firma y letra de mi amigo. Quizá fue Toriz quien me visitó anoche desde el futuro. Pensé al despertar que quizá ese él había sido yo. Nos decíamos lo que fuimos y lo que seríamos. Me desperté con una profunda tristeza y me puse a escribir. No me importa qué se piense de éstas líneas: más patético sería no intentarlo y dejarlo pudrirse, reprimido, en mi interior.

Afuera, el tráfico pesado de autobuses rojos me saca de mi somnolencia.

Mañana será otro día.