La teoría y práctica de la enseñanza de lenguas extranjeras se beneficiaría mucho de salir de casa. Aprender a hablar nuevamente es un proceso continuo, tanto en la lengua materna como en la lengua adoptada.
Fuera de la tierra materna, la lengua “propia” requiere de pose y disposición. Hablar la lengua del lugar de donde venimos (o veníamos) en la nueva patria es una toma de postura política, aunque se le tome sin pensarlo. (Primera posición). Hablar la lengua de la nueva patria en la nueva patria es también una postura política (segunda posición): resistirse a ello es un sinsentido contraproducente (hay quienes, en el exilio, logran jamás hablar la lengua del lugar, salvo en excepciones insalvables). Un ejercicio constante de volverse ciudadano y persona, sujeto hablante, de una y otra lengua, y por lo tanto de al menos dos cosmovisiones distintas.
Se dice “exilio” pero no hay que tomárselo con dramatismos. Las ascepciones son múltiples. No hay un sólo tipo de exilio como no hay una sola lengua, ni una sola patria, ni una sola nacionalidad. Muchas veces, en las grandes cosmópolis, entre los profesionistas o quienes se codean con ellos, el exilio no es cosa de heroísmos. No hay grandes tragedias cubiertas de la sangre que le gusta a los periódicos. Los dramas ahí son íntimos, o, seguido, inconscientes, como pequeños shocks tipo cambio de voltaje, sutiles pero dañninos a la larga. Hasta que el procesador o el motor deja de funcionar.
La fluidez en la lengua otra no es una cuestión de aprendizaje escolar o fluidez lingüística, hablada o escrita. Entre más se conoce la lengua adoptada más se le engorda a uno la lengua: se entorpece porque se reconocen las aristas, todas las sutilezas que se van descubriendo cuando se siente uno más cómodo en la otra cultura. En ciudades multilingües como Londres, la situación se exaspera: el inglés se vuelve un idioma que por un lado está indeleblemente marcado por la huella del origen, la clase social, el nivel educativo; por otro lado el idioma y su práctica (no sólo la pronunciación, sino las conductas indeleblemente ligadas a los significados) están limados de asperezas por la múltiple reproducción multifonética, docenas de acentos, usos y costumbres que le vuelven vehículo utilitario de comunicación e intercambio. El inglés es de todos y de nadie; excluye e incluye al mismo tiempo. La lengua delimita: sur o norte del río, escuela pública o privada, color de piel, origen étnico.
El español (la lengua de la madre y la familia, de la amistad y la tierra dejada) también es múltiple. En las afueras de la extranjería, la claridad es prístina y por ello cegadora: hablar español es traducirse. Porque ya no se agarra sino se coge, y la sintaxis y las conjugaciones se alteran y se invierten (¿has visto?) y, de nuevo, ni en la lengua de uno es uno uno, o más bien ya ni ahí uno es el que uno cree que antes era.
Quizá la constancia de una lengua que uno llame propia nos da algo de seguridad ante lo impredecible de la vida. El exilio (el viaje para no volver, o para volver como extranjero y turista de lo que fuera propio) te sacude de una vez por todas que haya verdades absolutas o seguridades cómodas. Esto le pasa incluso al más testarudo o al más acomodado: el lujo no te protege de la intemperie de lo ajeno.
A lo mejor escribir nos ofrezca otros retos que la lengua hablada no impone, pero no me queda del todo claro que sea así. Se glorifica la escritura como se idealiza la lectura, sobre todo en realidades donde la ideología ha triunfado en aplastar toda posibilidad de identificar poesía con bienestar material. La “literatura menor” (ya saben de quién y sobre quién, así que para qué nombrarlos) me parece a estas alturas un mero ejercicio de mercado, una estrategia para diferenciarse de otros autores y géneros y así lograr la regalía y el tour.
¿Cómo así recuperar un sentido de dignidad identitaria? ¿Cómo contestar el infinito y cotidiano so where are you from? ¿De dónde viene esa pregunta; qué es lo que realmente significa; cómo es que supiste que preguntarme por un from era válido al sólo verme, o fue al escucharme, que te quedó claro que I couldn’t possibly be from here, donde sea que ese from here sea?
Me resulta casi imposible poder releer los párrafos de arriba. A eso le hecho la culpa de la afonía y la extensión infinita de la oración y el uso innecesario, repetitivo, de apositivos, adjetivos y adverbios. El otro día escuché que los adjetivos y los adverbios ya no se llamaban así. Modificadores. ¿Cómo nos modifica vivir en otra lengua?
Estoy harto de hacer estas preguntas, pero siempre vuelvo a ellas, como ahora, aquí.